Lección 197 - La gratitud nace en mí
- Fabe

- 11 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 16 sept
“Lo que gano sólo puede ser mi propia gratitud”

A veces, cuando hacemos el bien o intentamos perdonar, esperamos que las personas nos den las gracias, nos reconozcan o nos devuelvan el gesto con afecto. Y si eso no ocurre, podemos sentirnos heridos, como si nuestras acciones hubieran sido en vano.
A veces incluso pensamos en quitar lo que ofrecimos. Pero esta actitud nace de una ilusión: la creencia de que el valor de nuestras acciones depende de la respuesta del otro.
El Curso nos enseña que todo lo que damos, nos lo damos a nosotros mismos. No hay separación entre quien da y quien recibe. Somos un solo Ser, y todo lo que se comparte con Amor es inevitablemente recibido en el Amor.
Buscar reconocimiento externo después de perdonar o dar algo es una señal de confusión. Como si el valor del regalo estuviera en los ojos del otro, y no en la pureza
de nuestro gesto. Pero el verdadero valor está en liberarnos de la creencia en el ataque, el miedo y la culpa. Esa ya es la salvación.
El mayor agradecimiento que podemos recibir es nuestra propia gratitud.Cuando perdonamos con sinceridad, somos bendecidos al instante. Porque estamos liberándonos — y ese es un regalo que nos damos a nosotros mismos.
Aunque el otro no lo reconozca, una parte de su mente — y de la nuestra — lo recibe.
Los verdaderos regalos son acogidos en el espíritu. Y Dios los recibe con gratitud, porque todo lo que se da con Amor, en realidad se da a Él.
Dios nunca deja de agradecernos.

Cuando dejamos de exigir reconocimiento, comprendemos que los regalos de Dios — como el perdón, la paz y el amor — no son préstamos, sino partes de nuestra esencia. No pueden ser retirados ni perdidos, pues son eternos.
Si retiramos lo que dimos porque no nos sentimos valorados, caemos en la trampa de creer que el perdón tiene precio. Y que el Amor es condicional. Pero el perdón verdadero libera a quien lo ofrece. Disuelve la separación, afirma que el Amor es seguro y abre espacio para el regreso a la paz. Así, la gratitud deja de ser una reacción pasajera y se vuelve una cualidad del Ser, el reflejo natural de quien despierta a la Unidad con Dios.
Todo lo que hacemos a nuestro hermano, nos lo hacemos a nosotros mismos. Cada gesto de bondad, cada acto de perdón, nos acerca a quienes realmente somos: La perfecta Creación de Dios.
La muerte pierde su significado, el miedo se disuelve, la culpa se desvanece. Y vivimos
la gratitud no como obligación ni expectativa, sino como reconocimiento de nuestra verdadera identidad: Amor, paz y unión con Dios.
Finalmente, esta lección nos invita a recibir la gratitud que siempre fue nuestra,
pero que negamos al olvidar quiénes somos. Y a recordar que, incluso cuando lo olvidamos, Dios jamás ha dejado de agradecer por nuestra existencia, por nuestra luz, por nuestro ser.




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